Estábamos condenados a lo que no teníamos, las cadenas no eran sociales, eran psíquicas”
Mil cadenas en mil direcciones diferentes se abren y se cierran sin permanecer si no son escritas.
¿Estar condenado a lo que no se tiene, es una carencia positiva o es una ilusión que consume constantemente la energía del sujeto? ¿Es propio de los neuróticos o más bien son los lazos que nos sostienen sin tenerlos? ¿Habría que plantear primero qué es “tener”, qué es social y qué es psíquico?
En la escritura de Menassa toda ficción es verdad, no hay apariencia que no sea verdadera, no hay mentira que no sea verídica, no hay lo que no debe ser si no se desprende de un decir estructurante, se podría decir que es una escritura productora de realidades donde nunca falta lo humano. Un ejemplo es este decir, esta construcción que se sostiene a sí misma: “Cuando un mecanismo no funciona, la autorización es ponerlo en funcionamiento. Toda otra intención deja de ser psicoanalítica para transformarse en política.” Es una escritura sin ninguna otra intención que ser escritura, algo que anticipa la realidad, que abre puertas a otra realidad, y siempre una realidad que incluye lo humano, una realidad “que si no es como se escribe, lo será.”
¿”Estamos condenados a lo que no tenemos…”, será una interpretación, y nos querrá decir que no queremos atarnos a lo que tenemos, porque nos somete a tener que cuidarlo?
Provenimos del no tener, de no tener al otro, de no tener al lenguaje, provenimos de todo lo que está fuera de nosotros mismos, no somos sino producto de nuestras relaciones, pues nuestros sólo son los pactos previamente establecidos, tal vez por eso ¿querer depender de lo que no tenemos hable de un afán de no depender de otros, de un afán de provenir de nosotros mismos?
Pero nadie es causa de sí mismo, tampoco de lo que tenemos o no tenemos, entonces ¿se tratará de aprender a no transformar lo imposible en imposibilidad?
Lo que tendría que ser imposible se transforma en imposibilidad. Estamos atados a lo imposible, a lo que no tenemos y nunca podremos tener, lo que no cesa de no tenerse, fuente de existencia significante; el problema surgiría cuando se transforma en imposibilidad: estamos atados a lo que no tenemos, y ese no tener está desplazado a un no tener que es posible de ser tenido, con lo cual se transforma en imposibilidad, de tal
manera que el sujeto ahora es impotente. Las cadenas como condición de posibilidad se han transformado en cadenas que nos atan a un no poder permanente.
“Estábamos condenados a lo que no teníamos, las cadenas no eran sociales eran psíquicas”, estábamos condenados a tenernos sin tenernos los unos a los otros, nuestros lazos no eran sociales, no eran del orden de la economía política sino del orden de la economía psíquica, y cuando los lazos psíquicos no son al mismo tiempo lazos sociales, lo que podemos llamar lazos significantes, lazos de discurso, no dejan de ser fantasías, no dejan de ser lazos improductivos, sin realidad.
Otra cadena que se abre cuando leo este residuo es desde la cuestión de la libido. Cuestión que nos sirve para pensar que ni siquiera nos tenemos a nosotros mismos, en tanto sólo lo que está tocado por nuestra libido es posible de ser gozado, y lo que se goza no se puede tener, sólo se puede usufructuar.
Hay una libido del yo que es irreductible, que nunca ha sido ni será otra cosa, y hay una libido del yo que se ha transformado en libido de objeto, que a su vez puede volver a transformarse en libido del yo. Esta libido del yo que alguna vez ha sido libido de objeto es la libido o energía de deseo, la libido de la que el yo dispone tanto para la producción como para la creación, y cuando no se utiliza, puede producir diferentes tipos de agresividad cuya fuente es la voluntad de poder solo, o bien diferentes formas de megalomanía cuya fuente es la creencia de que se puede solo.
“Estábamos condenados a lo que no teníamos…” también puede escucharse desde la necesidad estructural de las operaciones significantes que supone el ejercicio de la libido de objeto, algo que nos permite gozar de lo que no tenemos, siendo la libido el único medio o instrumento que nos permite acceder a esa poca realidad que es la realidad previamente humanizada por el significante.
Si la pulsión es un saber que no necesita conocimiento, podemos decir que es la manera en que el lenguaje goza de nosotros, y si ello goza el sujeto goza, aun cuando el yo sufra, proteste, reniegue, y no quiera saber nada de eso.
AMELIA DÍEZ CUESTA